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Literario - Antonio Burgos Belinchón

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Antonio Burgos Belinchón, La manigueta del pintor, (Diario 16 de Andalucía, Sevilla, 25 de octubre de 1990).

 

Ha reunido Sevilla en estos días la obra de dos pintores que coincidieron en el tiempo y que suponen dos formas de ver la realidad. Academicista y clásico el uno, Santiago Martínez, bohemio e innovador el otro, Baldomero Romero Ressendi, que es de esos apellidos que tienen pronunciación a la sevillana: se escribe Ressendi pero se pronunciaba «Rosendi» en la ciudad que se escandalizaba en los altos del Hernal con sus tentaciones de San Antonio, que tuvo en las pastorales del cardenal Segura su mejor propagandista, al anatematizarlas en el mismo infierno que aquel ayuntamiento de Los Palacios al que excomulgó en pleno y bajo mazas por haber permitido el baile agarrado.

 

Las dos caras del Jano de Sevilla siempre presentan estas dualidades. La Sevilla que se escandalizaba con Ressendi compraba para sus salones los paisajes de Santiago Martínez, sus bailarinas de encajes blancos, sus interiores de templos en días de función principal de cofradías. No hay que hacer término antagónicos en este universo. Tan Sevilla es la de Ressendi como la de Martínez.

 

Es lástima que la exposición del pintor maldito no haya reunido los objetos de su ciudad. La antológica de Santiago Martínez sí reúne ese mundo personal, de palmas académicas de Francia, de placas de la Orden de Alfonso el Sabio, de carnés para entrar de oficio a la Exposición Iberoamericana... En aquellas vitrinas, tan llenas de muerte, vi sin embargo un trozo de Sevilla viva. Están en la exposición los bocetos que hizo Santiago Martínez para el paso nuevo de su cofradía, la Soledad de San Lorenzo. Y en la vitrina, un pergamino cofradiero, escrito con letra pretendidamente arcaizante, singularísimo.

 

En 1951, después de haber terminado el paso nuevo, por el que el artista no cobró una peseta, se reúne el cabildo de oficiales de la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo, la de Joaquín Romero Murube, la de los Petit. Y demuestra una vez más que la vida es fuente de derecho. La Hermandad, reunida aquel lejano día de la Sevilla de los tranvías, acuerda pagar a Santiago Martínez su trabajo del modo que sólo la ciudad sabe hacerla: con un bien intangible, inmaterial. Se decide conceder a perpetuidad a Santiago Martínez, para sí y sus herederos por línea directa, la propiedad del derecho a servir como nazareno, en la estación de penitencia del Viernes Santo, la manigueta derecha del paso de la Soledad. Estas son las ocultas monedas de plata con las que paga Sevilla. Algo que nadie fuera del universo estético de la ciudad comprenderá. A Santiago Martínez, pintor académico, le pagaron en su cofradía con los universales: el Bien, la Verdad, la Belleza para sí y sus herederos por línea directa.

 

Alguien tendría algún día que estudiar las instituciones jurídicas que origina en Sevilla la Semana Santa. En muchos contratos de inquilinato de pisos de la carrera oficial, la propiedad se sigue reservando el derecho de usar los balcones cuando pasan las cofradías. Hay pactos no escritos entre derechos en litigio que son las concordias entre cofradías, como ese rito que se repite cada madrugada, en que la Macarena le cede su lugar más antiguo al Gran Poder todos los años con la misma fórmula: «Por una sola vez y sin que sirva de precedente». Me ha emocionado este papel de la Hermandad de la Soledad en una vitrina de la exposición de Santiago Martínez. Un papel lleno de vida, entre tanta muerte. Cada Viernes Santo, cuando vea a la Soledad camino de San Lorenzo, acompañada por la luna del verso de Antonio Rodríguez Buzón, me imaginaré una de esas leyendas del Bécquer vivo, y es que el pintor sigue viniendo todos los años, por unas horas, para tomar posesión de su derecho al Bien, a la Verdad, a la Belleza.

 

el 26 Noviembre 2011
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