En este apartado hemos incluido una selección de los textos referentes a nuestra Hermandad en los Pregones de la Semana Santa de Sevilla
Miguel García-Posada García (1954).
Voy terminar. Permitidme que mis últimas palabras sean en acción de gracias para Aquella a quien he tenido presente en mi pensamiento a lo largo de todo mi Pregón; para Aquella que desde su altar de la Parroquia de San Lorenzo, es dulce consuelo y refugio de todas mis horas, Reina y Señora del Cielo, Madre Santa de la Soledad. Permite, Virgen bendita, que mi lengua torpe y balbuciente por esta infinita emoción, que pone un nudo en la garganta y hace aflorar a los ojos las lágrimas incontenibles de un sincero arrepentimiento, todos fuimos causantes de tu Soledad y de tu desamparo, glosen las palabras finales de la Protestación de Fe de nuestra hermandad.
Haz, pues, Madre y Señora de todos los Dolores, que seamos siempre fieles hijos tuyos y cofrades fervorosos de todas tus hermandades; bendice y no dejes nunca de proteger a esta Sevilla que te ama y te venera a través de todas tus devotas advocaciones; confírmanos en la Fe que profesamos; no nos dejes nunca solos, ni en la vida ni en el trance supremo de la muerte, sino que acompañados
por Ti, vestidos, y ya para siempre, con la túnica de nuestra penitencia, reciba mos como fruto de los Dolores que por nosotros sufriste, el premio de encontrarnos entre los escogidos de Dios por toda la eternidad.
He dicho.
Antonio Rodríguez Buzón (1956).
(...) y por último, iremos al encuentro de La Soledad. Sí, iremos al encuentro de la Virgen de la Soledad, con pisada arrastrada al peso del cansancio y como sostenidos por ese hilo suspirante que parece surgir de cada esquina cubierta por la húmeda yedra noche. Sí, iremos al encuentro de la Soledad mientras llueven las estrellas expectantes. Y sola ya la noche. Y sola la sangre. Y sola la mirada. Y solo el silencio. Y sola la frente. Y sola la ilusión. Y sola, hasta la voz cansada y hueca del capataz, que después de pasear en triunfo una y otra vez a la Madre de Dios por las calles de Sevilla, se encuentra inesperadamente apagada y sola ante su bendita Soledad.
Todo solo ante la Soledad. Sola la brisa. Solo el espíritu. Solo el recuerdo y solo el grito, que de hacerse copla, exclamaría por el espacio huérfano de música y sonido en la triste noche penitencial:
¡Qué sola la Soleá!
camino de San Lorenzo
por la luna acompañá.
Francisco Montero Galvache (1959).
A Ti, jardín celeste donde mora
en su tranquilo sueño la belleza;
a Ti, donde descansa su cabeza
de silencio y de lágrima la aurora.
A Ti, andariega Soledad, pastora
del hondo pastoreo de la tristeza;
en cuyas manos la amargura reza,
y en cuyos ojos la alegría llora.
A Ti, a tu frente pálida y dormida
donde la muerte se convierte en vida,
y el dolor, Soledad, se hace ternura.
Solísima cosecha de dolores,
última procesión, postreras flores,
¡a Ti te da Sevilla su hermosura!
Ignacio Montaño Jiménez (1997).
Evangelio de la Soledad de la Madre (Sábado Santo)
[…]
Y cuando se retira el cortejo,
Ya ni siquiera el cuerpo del Hijo desmayado en la muerte. ¡Tanta Soledad por San Lorenzo, que siendo suyo el primer paso de palio de la historia, sólo lleva esta noche su inclinada aflicción en el suave escalofrío del cielo de Sevilla!
Pero tan sola y tan estremecida por el llanto, todavía tiene fuerzas para acompañar nuestras soledades con su pañuelo y su regazo en la rotonda del Cementerio, donde el dolor de la gente que llora la pérdida de los suyos, eleva la unánime plegaria:
«Y después de este destierro muéstranos a Jesús».
Cuántas veces en la madrugada fría de las noches de Cuaresma, con el eco lejano de cornetas y tambores que ensayan junto al Hospital de la Cinco Llagas, una solemne procesión de nazarenos que visten la túnica de su amortajada primavera llevan hasta
Porque
Eduardo Del Rey Tirado (1999).
Y el Sábado Santo, que se pronuncia Soledad, porque ya nada nos queda sino Ella, y nada le queda a
Joaquín Caro Romero (2000).
En San Lorenzo,
Francisco J. Ruiz Torrent (2002).
[…] aquel espíritu de nuestro admirado poeta, aquel que continuamente había llevado a Sevilla en los labios y en su corazón, había recuperado al fin los cielos que él creía perdidos y gozaba ya de esa Sevilla celeste y soñada que tanto había amado y de la visión de su Virgen de
[…]
En Soledad, en la más absoluta y desconsolada Soledad, volverá María hasta su casa de San Lorenzo. Allí, antes de que la losa negra de su puerta se cierre, una voz romperá el aire de la medianoche despidiéndola con una saeta:
De la pasión dolorosa
de tu divino Jesús
sólo te quedan tres cosas:
Tu Soledad, una Cruz
y unas espinas sin rosa.
Francisco José Vázquez Perea (2003).
Amarás de Sevilla sus piedras y sus jardines, sus leyendas y su historia. Amarás sus costumbres y esa fina sensibilidad que desprende su vieja sabiduría. Pero ama siempre más a tu hermano, el hombre que la habita.
Sevilla con sevillanos. Si no, sería imposible
Sevilla con sevillanos, si no, no habría derecho. Ámalos. Verás multitud de símbolos, medallas, cordones, túnicas, insignias, estandartes, escudos pero está escrito: sólo por un distintivo reconocerán que sois mis discípulos: si os amáis. Ese amor es el que justifica que existan cofradías.
Rafael de Gabriel García (2004).
¿Qué pena se devanaba
entre camelias dormidas?
¿Cuál sería el interrogante
que en tristeza la sumía?
¿Qué becqueriano momento
entre las luces que brillan
llegando del Aljarafe
por el Bajondillo arriba?
Los cristales de los cierros
aéreo fulgor desprendían
que llegaba a la Alameda
por ambiente que suspira
porque llegue la Señora
que entre Soledad transita.
Aquella lejana tarde
de un Sábado de Sevilla
llegó su paso dorado
que de la Plaza salía
entre incienso y entre gente
que entristecidos venían
al hilo de su Dolor,
y es que todo allí sufría
en el silencio del barrio,
por sus lágrimas heridas.
La Cruz y las Escaleras
avanzaron suspendidas
y yo juro que escuché
el trinar de golondrinas
que llevaban en sus picos
las puntas de las espinas
de la Corona de Cristo,
que la Señora traía
en sus manos temblorosas
de Madre tan afligida.
¿Qué pena se devanaba?
que el mismo Cielo quería
bajar hasta San Lorenzo
aquella tarde tristísima,
más nadie supo decirle
ni una palabra de vida
ni su pena consolar
mientras su paso seguía
por calle Conde Barajas
para atravesar Sevilla...
Solos nos quedamos todos
y la Soledad se iba
con su pena devanada
entre camelias dormidas.
Fernando María Cano-Romero Méndez (2011).
Y cerrando las cofradías de la jornada,